Relatos de Eduardo Galeano (I)



Eduardo Galeano es un escritor uruguayo con mucha vida, mucho mundo y muchos libros sobre sus espaldas. Tiene una prosa de orfebrería pura y me he quedado prendado de su talento por medio de su obra "El libro de los abrazos".


La mayor parte de estos relatos breves, minúsculos en ocasiones, son auténticas delicias oníricas cocinadas sobre una base cruda de tan real como es. Hoy os dejo con "El lenguaje del arte", un relato magnífico sobre la importancia del momento y el lugar en un arte tan instantáneo como la fotografía, otra de mis pasiones, como ya deberíais saber.



"El Chinolope vendía diarios y lustraba zapatos en La Habana. Para salir de pobre, se marchó a Nueva York.
Allá, alguien le regaló una vieja cámara de fotos. El Chinolope nunca había tenido una cámara en las manos, pero le dijeron que era fácil:
- Tú miras por aquí y aprietas allí.
Y se echó a las calles. Y a poco andar escuchó balazos y se metió en una barbería y alzó la cámara y miró por aquí y apretó allí.
En la barbería habían acribillado al gangster Joe Anastasia, que se estaba afeitando, y esa fue la primera foto de la vida profesional de Chinolope.
Chinolope entre Julio Cortázar y José Lezama Lima

Se la pagaron una fortuna. Esa foto era una hazaña. El Chinolope había logrado fotografiar la muerte. La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio."

Mi calle: la noche.


Si el día a día en mi calle permanece inalterable, la noche ha cambiado radicalmente. En unos días se cumplirán 11 años desde que me fui de esta calle, y en ese lapso de tiempo han pasado muchas cosas. A lo mejor han pasado menos que en el resto de la ciudad, que ha cambiado en muchísimos aspectos, pero han sido trascendentales para que el modo en que se vive en ella se haya visto alterado.


Tres son las cosas que más se notan. Una es la reforma de la calle. Antes estaba estructurada en torno a dos aceras estrechas y una zona de rodadura de coches, también en piedra, y ahora es una superficie única. Su aspecto es muy diferente, y la convivencia de vehículos y peatones es radicalmente distinta.


Otra es la limitación de acceso de vehículos. Antes cualquier ciudadano de Vigo podía pasar con su coche por mi calle. Desde hace unos años el barrio histórico ha visto limitado el acceso a residentes con autorización municipal y, en determinadas horas, es libre para carga y descarga. Evidentemente el número de vehículos que circulan se ha visto sensiblemente reducido, y eso tiene mucho que ver en la calidad ambiental, tanto sonora como atmosférica.



La tercera es la desaparición de un bar "histórico", una referencia ineludible del mundo de la noche viguesa. No se trataba de una referencia por su calidad ni por su decoración, sino más bien por su peculiar idiosincrasia. El bar de Richard y su familia destacaba por su peculiar oferta horaria y culinaria. Abría, si mal no recuerdo, de 22:00 a 07:30, atendiendo el hambre de toda una "fauna nocturna" (marineros, prostitutas, gentes que salían de marcha hasta el amanecer...) con una carta tan reducida como especializada (espaghetti y cocido eran la base sobre la que asentaba su fama).



La noche en mi calle ha cambiado mucho, especialmente porque el "Bayona" (sí, con "y", pues así figuraba en su toldo amarillo) ha cerrado sus puertas por jubilación y nadie ha querido recoger el testigo.

Echaremos de menos las riñas de borrachos de madrugada, las risas flojas de las prostitutas y sus clientes, alguna que otra disputa por un quítame allá esas pajas... pero dormiremos más y mejor y, sobre todo, podremos disfrutar del gorjeo de la fuente de la Barroca y del lavadero cercano en medio del silencioso ambiente, podremos sentarnos al pie de cualquiera de los dos "cruceiros", uno de ellos con "peto de ánimas" que adornan la calle y disfrutar de una vida nueva en la ciudad vieja.

Mi calle: el día a día.


Una de las cosas que han cambiado en mi vida en los últimos meses ha sido el lugar donde vivo. He vuelto a vivir en el piso que compré siendo un soltero sin compromiso. He regresado al pisito que me sedujo cuando aún estaba en construcción...o reconstrucción... porque está en uno de esos edificios del barrio histórico de Vigo. 


Era uno de esos edificios que amenazaban con caerse sobre las cabezas de los viandantes y que tuvo la suerte de optar a una segunda vida, ocupado por familias nuevas, con vidas nuevas, con niños correteando escaleras abajo. Y yo me alegro de formar parte de esa nueva vida que amenaza con volver al "Casco Vello".


Eso me hace pensar en los motivos que me llevaron, hace ya 18 años, a decantarme por una vivienda en esa zona y no en otra cualquiera de mi amada y, a partes iguales, odiada ciudad. Supongo que fueron factores decisivos el hecho de ser un absoluto enamorado de la arquitectura en piedra, y en particular del centro urbano de Santiago de Compostela (donde me hubiera gustado vivir); de gustar de un estilo de vida relativamente bohemio y sustentable; de tener a escasos 100 metros uno de los principales nudos de transporte urbano; de trabajar a menos de 5 minutos andando; de tener los principales museos, auditorios, salas de exposiciones y centros culturales de la ciudad a poco más de 5 minutos a pie; de tener un precio razonable (aún no estaba en pleno apogeo la llamada burbuja inmobiliaria); de ser bonito, luminoso y acogedor; de no soportar el constante paso de vehículos a motor por delante de la puerta... y podría seguir un buen rato.

Día a día tengo muchas cosas en mi calle.

Tengo la satisfacción de ver el mar desde mi galería.

Tengo el placer de respirar aire salobre desde mis ventanas.
Tengo la suerte de pisar calles empedradas que han visto siglos de historia de mi ciudad.

Tengo vida nueva en mi viejo piso de soltero. 

Puedo considerarme afotunado por volver a vivir en el lugar del que probablemente nunca me quise marchar. 

¡Qué más puedo pedir!



Noche de Rock'n'Roll



Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, y hoy me apetece hablar de uno de esos viejos rockeros que aún no ha muerto. ¡Ya va siendo hora de que a la gente le reconozcan los méritos antes de morirse, digo yo!.

Hace unos días me vino a la memoria uno de esos temas de los que disfruté hasta la saciedad. El típico tema que pinchas una y otra vez, y digo pinchar porque es uno de esos cortes de vinilo sobre los que literalmente pinchabas con la aguja lectora en esos tocadiscos que los jóvenes ven como objetos de museo.

 

Está ese tema en un LP doble que encontré casi de rebote en uno de esas góndolas de baratillo de ciertos grandes almacenes que no suelo frecuentar, pero la ocasión la pintan calva y no pude evitar fijarme en algunos de los nombres que aparecían (Robby Krieger de "The Doors", Steve Howe de "Yes", Pete Haycock de "ELO Part II", Randy California de "Spirit", Leslie West de "Mountain"...y sobre todo Alvin Lee de los "Ten Years After (TYA)".

Evidentemente sabía qué tipo de material estaba tocando, pues poco tiempo antes había podido disfrutar de los TYA en la típica gira que hacen casi todos los viejos grupos años después de apagados los focos que los sitúan en lo más alto del mundillo, como sucedió con ellos en el famosísimo Festival de Woodstock, donde brillaron con luz propia en un escenario repleto de estrellas (vivas y muertas... unas cuantas) del rock.

Mi contacto con los TYA fue en una ya desaparecida sala de conciertos en las afueras de Santiago de Compostela. Estudiaba entonces tercero de carrera, e ignoraba quienes eran esos TYA. Sin embargo un compañero de residencia estudiantil cuyos gustos musicales eran casi tan buenos como malos los etílicos, me animó a gastarme lo que para mi era un pastón en comprar una entrada para ser uno de los 300 afortunados espectadores de ese concierto. Nada, ni siquiera que la hermana de mi amigo y él mismo estuvieran absolutamente ebrios, pudo apartar mi atención ni un segundo de aquel escenario. Y no fue solo por el trabajo impecable de Alvin Lee, sino también por el preciso bajo de Leo Lyons y la impecable batería de Ric Lee. No recuerdo si había algún músico más. Ellos tres eran la base de aquel invento que funcionaba como la maquinaria de un reloj suizo que nos arrastraba al éxtasis guitarrero. Esa noche todo se conjuró encima del escenario para transmitirnos oficio y amor por la música que más nos gustaba, y eso era todo uno con un púbico volcado con sus ídolos.

No voy a entrar en debates sobre quien es el más rápido, ni el más brillante, ni el más original, ni el mejor guitarrista del mundo porque hay listas y más listas...de guitarristas, de solos memorables, de grupos, de todo lo imaginable. Sólo diré que esa noche compostelana marcó un antes y un después en mi modo de ver un grupo en directo, y que Alvin Lee será para mi uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos por su clase, su calidad, su técnica y su personalidad. En este otro tema se puede apreciar claramente su impresionante técnica y su variedad de registros... toda una lección de cómo hacer hablar a una guitarra eléctrica.


Hoy todo esto es pasado, pero vuelve a mi vida con fuerza para quedarse para siempre. No sólo de recuerdos vive el hombre, pero contar con ellos es importante para que el hombre se sienta completo.