Para compensar la sensación de la noche, o más bien para contrastar la diferencia de un mismo ambiente a plena luz de día, de buena mañana decidimos dar otra vuelta por el pueblo.
La misma plaza que por la noche nos había parecido mágica resultaba igualmente hermosa iluminada por el último sol del verano, pero esa irrealidad de la luz artificial y el punto de romanticismo que la noche imbuye en las cosas habían desaparecido.
Incluso mi amigo el reloj resultaba hermoso, pero los hierros retorcidos de la cima no dejaban de resultar anodinos.
No sucedía así con las casas que, cubiertas de vegetación, ganaban en matices, con sus tonos verdes y rojos, ocres y naranjas. El inicio del otoño se palpaba a pesar del sol y el relativo calor, pues las primeras hojas rojas asomaban ya en medio de un verdor oscuro.
Y la umbría resultaba preferible a la solana, pues no deslumbraba, sino acogía.
La arquitectura de callejuelas y corredores, de pasadizos y galerías, se ha mantenido allí donde no la han recuperado para el turismo de ocasión o la visita gastronómica.
En cada esquina nos sorprende un nuevo ejemplo de arquitectura popular, un ángulo distinto de la misma realidad. Desde la cámara de la propiedad hasta los juzgados son una casa más en este pueblo cuidado con mimo de artesano, con orgullo nobiliario.
Del otro lado del río casas de moderna construcción, pero con tejados de pizarra que resplandecen bajo los rayos del sol, nos hacen parpadear, pues aunque negros se nos ofrecen cual espejos, como el agua que serpentea fresca y cristalina a nuestros pies.
Al sur, el horizonte al que nos asomamos desde las murallas nos dice que la huella humana transforma el cauce del río Requejo Castro, y sabe dios si alguna nueva extensión urbana.
Mientras, el primer plano de tejados nos habla del inexorable paso del tiempo, de la indómita naturaleza que busca cobijo en cualquier grieta, y de la magia de la luz.
Otros lugares del pueblo nos hablan directamente del oficio, de la tradición conservada, del sabor añejo de las cosas hechas por manos de hombres y mujeres, con alma y con corazón.
Y para acabar, curiosamente, nos traen a la cabeza a amigas y amigos que hace tiempo que no vemos pero a los que nunca olvidamos, especialmente cuando los viajes saben a gloria. Ellos saben de qué hablo.
De las puertas que vimos y fotografié mejor nada digo, pues a Dintel se las he enviado y espero que algún día las publique entre sus puertas.
5 comentarios:
Tengo muy buenos recuerdos de Puebla de Sanabria (de día). Volvíamos de unas vacaciones en Galicia y paramos para conocerla. Rico volver a verla ahora a través de tu mirada.
Un abrazo
He de volver, estube de adolescente en un campamento de verano, aún no he vuelto.
Raquel, yo también la conocía de día, pero de noche tampoco está mal. El lago, que conozco de un verano en que acampé allí con mis padres, es una preciosidad. Además, merece la pena recorrer el entorno del lago siguiendo las diversas rutas de senderismo que han montado, desde la más sencilla a la más complicada merecen todas ellas la pena.
Bicos ;-)
Joako, supongo que el campamento sería cerca o al lado del lago, que queda a 12 kms. El pueblo merece, como poco, una visita.
Un abrazote ;-)
Me encantan estos pueblos. Anda, regálame una puerta para mi otro blog. :) (sonrío simpáticamente porque siempre se consiguen más cosas) ;) (Huy, se me escapó).
Pero Dintel ¿cómo se te ocurre pedirme que te regale alguna puerta? ¡¡Tendrás desfachatez!!
Encima de que te he enviado una selección de puertas a tu correo quieres más... pues no hay.
¿Que aún no has abierto el correo que te envié?... pues hazlo ya... Je!Je!Je!
Es broma... que las disfrutes, puesto que las fotografié pensando en ti... igual que la ardilla pensando en Raquel.
Bicos ;-)
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