Es una lástima que hoy no llevara conmigo ninguna de las cámaras fotográficas que tengo en casa porque lo de esta tarde solamente podría suceder en la Ría de Vigo. No es que mi ciudad sea un dechado de virtudes, ni muchísimo menos, sino más bien todo lo contrario, pero su Ría es una joya de la naturaleza.
Esta tarde, después de comer, bajamos con los niños andando hasta la Estación Máritima de Ría (el puerto de pasajeros que une las dos orillas de la ría) con destino Cangas. Es una travesía de apenas 15 minutos que a mi me relaja mucho y que, aunque un poco cara, es una experiencia que cualquier visitante de ésta ciudad debería hacer... más que nada para apreciar su relación con el mar y con la otra orilla.
Al otro lado nos esperaba la playa de Rodeira (casi en el centro del pueblo y a menos de 10 minutos de paseo desde el puerto). Cuando sopla viento del norte (cosa que en Vigo es de lo más natural... sobre todo cuando hace buen tiempo) las playas de la otra orilla están muy bien porque quedan protegidas por las montañas de la península del Morrazo. Por cierto, en Cangas (y en casi todos los pueblos, supongo) hace años era habitual que a la gente se le pusiera un nombre "familiar" o "apodo" (en gallego "alcume") que se llegaba a hacer hereditario. Pues bien, mi cuarta parte canguesa es de la familia de los "Cunchiñas" (Conchitas, en castellano). Algún día puede que os cuente de dónde son mis otras partes.
La playa estaba llena de turistas (buena parte de ellos madrileños) que apuraban los últimos días de buen tiempo pues el mes de agosto está tocando su fin. Este año el verano ha sido más bien rácano y cada "raiola" del bueno de "Lorenzo" (así le llama aquí al sol mucha gente) se agradece como agua de mayo. El agua estaba fría (nada nuevo para nosotros) pero con el calor que hacía fuera se agradecía ese frescor golpeando a intervalos regulares sobre la piel. Yo que cada vez me baño menos, esta tarde debí meterme más de seis o siete veces en el agua a nadar, bucear, dejarme llevar por las sensaciones, flotar en su superficie transparente...
A eso de las ocho y cuarto de la tarde decidimos que había que volver... y justo en ese momento nos fijamos en el cielo. Un frente nuboso hacía su entrada triunfal por el norte y anunciaba mal tiempo para mañana. Nos encaminamos al puerto mientras las primeras gotas se dejaban notar.
Tomamos el barco de las nueve con destino Vigo. Al subir, mi hijo mayor decidió que quería ir en la parte superior del barco (al descubierto) y allí nos dirigimos. De repente un arco iris (en gallego tiene un nombre muy poético: "arco da vella" o "arco de la vieja") inmenso comenzó a aparecerse ante nuestros ojos atónitos. De fondo unas horribles nubes grises ofrecían un marco perfecto para que los colores mágicos de la lluvia resaltaran aún más. Poco a poco tomó intensidad y finalmente se enseñoreó ante nosotros (y todos los turistas que con nosotros osaron subir a cubierta) un arco iris que parecía poner un pié en nuestro lado de la ría y el otro en la zona viguesa de Bouzas. Sencillamente impresionante.
Para colmo, al poco tiempo de zarpar el barco, entre las nubes que se veían por el lado de popa se veían unos rayos de sol incandescentes y lineales... con una intensidad y una paleta arrebatada de matices. Poco a poco el sol desaparecía tras las colinas, a popa, y el arco iris orgulloso se difuminaba por encima de la proa. No sabíamos a dónde dirigir nuestro ojos. A veces avante a todo color. Otras atrás, al cielo enrojecido del ocaso.
En fin... una gozada.
Por el camino nos llovió, como era de esperar, pero mereció la pena llegar con la ropa húmeda a Vigo, pues aún nos quedaba regresar andando a casa ya oscureciendo. Eran las 10 de la noche cuando los niños, exhaustos, y la lluvia tras los cristales hicieron que diéramos por suspendido el concierto de Orishas. La vida del padre de familia suele ser incompatible con muchas de las cosas que nos gustan, pero siempre quedan otras, como disfrutar de la naturaleza y sus bellezas.
Si hubiera tenido una cámara fotográfica os habría puesto las imágenes, pero como no es así, os pondré algo de música evocadora... una nana... "Lullaby" escrita por George Winston (de su album "Summer"). Una maravilla también.
7 comentarios:
Que pena lo de la cámara, me encantan los arcoiris... Pero me lo he imaginado a la perfección, que envidia.
Besitos (Siendo lo de Orishas)
La verdad q sí es una pena lo de la cámara.
A partir de ahora, tienes que llevarla siempre contigo, como si fuera el móvil.
Esos momentos son únicos. A veces, en muchos atardeceres, cuando te quieres llevar la puesta de sol a casa con mil fotos de mil instantes, siempre pienso que la magia sigue siendo ese momentos que fue, lo que eso te hace sentir, lo atemporal e inaprensible del sol descendiento o el arco iris desplegando sus alas. Con fotos o sin ella, te agradecemos la mirada y el compartirla.
Un abrazo
Gracias por compartir ese momento tan maravilloso conmigo Chu, Jano y Raquel. La verdad es que casi siempre llevo una cámara pequeñita conmigo, pero justo ayer íbamos ligeros de equipaje porque había que andar varios kms. con los dos niños y no era plan.
Hoy ha habido varias tormentas preciosas y ha sido un día casero... casi un domingo de invierno.
Nos leemos.
Las fotos no dicen del todo lo que se vive, ayer yo también lo disfrute desde el Paseo de Alfonso de Vigo. Los cambios de color del mar, la tierra y el cielo dan a la Ría de Vigo una vista cada vez distinta y casi irrepetible. Son postales de un instante maravilloso. Saludos
Nosotros pasamos un fin de semana muy otoñal en Peña Trevinca. El sábado casi no pegamos ojo porque nos alojamos en el refugio de la federación gallega de montañismo y la verdad es que está plagado de goteras y cruje entero en cuanto lo azota el viento.
A pesar de eso, lo disfrutamos mucho. Es que me va lo "tremendo", jeje.
Eifonso ya veo que coincidimos en ver la Ría de Vigo como una joya que no valoramos lo suficiente.
Viguetana... casi ná... por Peña Trevinca. Eso para ti un caramelito ¿no?... acostumbrada a otras alturas (Pirineos, Andes... ¿Alpes?)
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