Soy consciente de que llevo una temporada actualizando muy poco, pero no es por falta de ideas, sino de ocasión para ponerme a plasmar en el ordenador toda esa efervescencia mental que me quema por dentro. De hecho tenía una entrada en mente sobre los libros que he estado leyendo este verano, otra sobre el maratón fotográfico en el que he participado, otra sobre mis próximos objetivos atléticos, otra sobre la importancia de ciertos detalles de la vida política y social de este país… en fin, será por temas. Algún día caerán… o no.
Una de las peculiaridades de este rinconcito de mi vida es que, a pesar de que algunas de mis mayores pasiones son materia de incontables blogs por el mundo adelante, no es esa la visión que yo tengo de lo que es esta bitácora. De hecho, y si mal no recuerdo, pocas o ninguna vez ha hecho crítica literaria, cinematográfica o musical. De lo que sí estoy seguro es que, si la he hecho, ha sido colateralmente a otro enfoque principal y nunca como eje central del post.
Pues bien, esta vez voy a romper en cierta medida esa tendencia ya que voy a hablar en paralelo de dos películas que visioné ayer mismo de forma totalmente inesperada. De hecho de una de ellas no tenía ni la menor idea de su existencia hasta ayer mismo. La primera me la ofreció en préstamo una compañera de trabajo a la que se la acababan de devolver (aún hay más gente que yo que tiene la fea costumbre de comprar películas originales, por lo que veo). La segunda la había reservado mi mujer en el videoclub después de que una de sus hermanas se la recomendara, y yo no sabía nada hasta que la trajo a casa.

Fotograma de la primera de las películas (de Screenrush.co.uk)
De partida cualquiera diría que ambas películas tienen en común lo mismo que un huevo y una castaña, y de ahí lo extraño de la asociación de ideas que el bochorno nocturno unido a mi insomnio cuasi crónico provocó en mi cerebro a eso de las dos de la madrugada. Ahora pagaréis vosotros las consecuencias. ¡Qué se le va a hacer!
Si una es una comedia ligera americana la otra una pausada tragedia romántica argentina. Si una cuenta con un reparto angloamericano la otra recurre a algunos de los mejores actores del cono sur. Si una brilla por sus situaciones cómicas y sus gags la otra brilla por su fina ironía. Si en una el espectáculo se devora con patatas a las historias que nos narra en la otra las historias que cuenta son el caldo de cultivo de una forma cuidadamente fotografiada e iluminada.
No obstante ambas películas tienen una identidad ideológica que me dejó absolutamente sorprendido. Las historias, sin ser parecidas siquiera, cuentan con algunos elementos comunes: en ambos filmes una muerte violenta es el origen de la narración, en ambas hay un personaje que define claramente la entrega total a la vida como objetivo absoluto.

Imagen de la segunda película (de El Espectador.com)
La proclama que lleva al cantante de éxito a las manos de un asesino en serie y al alcohólico funcionario de juzgado a manos de una banda de matones a sueldo es la misma que define el comportamiento de la práctica totalidad de los personajes de ambas narraciones: una vida vivida en la mediocridad es una vida vacía y lo que realmente merece la pena es arriesgarse a caer en nuestras pasiones, sean estas las que sean, ya que son las que definen nuestra esencia como individuos.
Se puede estar de acuerdo o no con ese enfoque vital, pero no es eso lo que pretendo con esta entrada en el blog, ni es ese un debate que pueda tener una resolución fácil. Me llega con constatar como, partiendo de presupuestos artísticos, estéticos y culturales radicalmente distintos, se puede llegar a reflejar exactamente lo mismo.
Dicho esto cabría hacerse la pregunta sobre cuál de las dos recomiendo. Sinceramente, la respuesta es indiferente ya que el resultado final (vivir la vida sin imponerse restricciones a uno mismo) es idéntico aunque las sensaciones que dejan en el cuerpo son radicalmente distintas. Si en una la protagonista principal cumple su sueño de cantar en público ante 10 millones de espectadores en la otra el protagonista indiscutible por fin se decide a asumir esa historia de amor que ha reprimido durante años. La catarsis final en una es espectáculo puro en la otra es intimidad absoluta, pero en ambos casos la vida triunfa sobre la muerte y la autonomía personal sobre las convenciones sociales.
Una recomendación final: no veáis las dos películas el mismo día, como hice yo:
Ya me contaréis.