Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, y hoy me apetece hablar de uno de esos viejos rockeros que aún no ha muerto. ¡Ya va siendo hora de que a la gente le reconozcan los méritos antes de morirse, digo yo!.
Hace unos días me vino a la memoria uno de esos temas de los que disfruté hasta la saciedad. El típico tema que pinchas una y otra vez, y digo pinchar porque es uno de esos cortes de vinilo sobre los que literalmente pinchabas con la aguja lectora en esos tocadiscos que los jóvenes ven como objetos de museo.
Evidentemente sabía qué tipo de material estaba tocando, pues poco tiempo antes había podido disfrutar de los TYA en la típica gira que hacen casi todos los viejos grupos años después de apagados los focos que los sitúan en lo más alto del mundillo, como sucedió con ellos en el famosísimo
Festival de Woodstock, donde brillaron con luz propia en un escenario repleto de estrellas (
vivas y
muertas...
unas cuantas) del rock.
Mi contacto con los TYA fue en una ya desaparecida sala de conciertos en las afueras de Santiago de Compostela. Estudiaba entonces tercero de carrera, e ignoraba quienes eran esos TYA. Sin embargo un compañero de residencia estudiantil cuyos gustos musicales eran casi tan buenos como malos los etílicos, me animó a gastarme lo que para mi era un pastón en comprar una entrada para ser uno de los 300 afortunados espectadores de ese concierto. Nada, ni siquiera que la hermana de mi amigo y él mismo estuvieran absolutamente ebrios, pudo apartar mi atención ni un segundo de aquel escenario. Y no fue solo por el trabajo impecable de
Alvin Lee, sino también por el preciso bajo de
Leo Lyons y la impecable batería de
Ric Lee. No recuerdo si había algún músico más. Ellos tres eran la base de aquel invento que funcionaba como la maquinaria de un reloj suizo que nos arrastraba al éxtasis guitarrero. Esa noche todo se conjuró encima del escenario para transmitirnos oficio y amor por la música que más nos gustaba, y eso era todo uno con un púbico volcado con sus ídolos.
No voy a entrar en debates sobre quien es el más rápido, ni el más brillante, ni el más original, ni el mejor guitarrista del mundo porque hay listas y más listas...de guitarristas, de solos memorables, de grupos, de todo lo imaginable. Sólo diré que esa noche compostelana marcó un antes y un después en mi modo de ver un grupo en directo, y que Alvin Lee será para mi uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos por su clase, su calidad, su técnica y su personalidad. En este otro tema se puede apreciar claramente su impresionante técnica y su variedad de registros... toda una lección de cómo hacer hablar a una guitarra eléctrica.
Hoy todo esto es pasado, pero vuelve a mi vida con fuerza para quedarse para siempre. No sólo de recuerdos vive el hombre, pero contar con ellos es importante para que el hombre se sienta completo.