El monte Pindo, más conocido como el "Olimpo de los Celtas" siempre será una montaña mágica en todos los sentidos del término.
Por su belleza agreste, por sus formaciones rocosas que tanto juego proporcionan a la imaginación, por su privilegiada localización, por su colosal orografía, por su cambiante clima, por sus hermosos rincones, por su vegetación y por su mitología el Pindo será una referencia dentro de mi imaginario particular.
Un solo día hollando sus escarpadas laderas es más que suficiente para advertir que nos encontramos ante un magnífico ejemplo de lo que los poderes de la madre tierra pueden generar, de lo que los agentes climatológicos pueden formar, de lo que el tiempo y la paciencia pueden esculpir, de lo que puede surgir en un ambiente hostil por naturaleza.
Uno no puede evitar girar la cabeza a cada segundo para descubrir miles de detalles entre los infinitos bolos de granito de biotita que semejan haber caído rodando por sus extensas laderas y hasta los poco más de 600 metros de altitud que alcanza en "A Moa".
Podemos encontrar un bufón de naríz aguileña surgiendo de entre las paredes rocosas que vigilan las puestas de sol sobre el "Finis Terrae", otro de los espectáculos que una jornada nos puede ofrecer en este lugar tan peculiar.
Y desde los detalles más ínfimos, como estos brezos,
hasta los restos de un antiguo bosque de pinos desaparecido en alguno de los muchos incendios que año tras año asolan nuestra región
podemos encontrar un pequeño carballo enfermo
surgiendo como por arte de magia tras una vuelta del camino que nos devuelve a casa,
o esos frutos rojos que llaman nuestra atención en medio de un verde "recuncho", pues en cada recodo del camino hay un microclima amparado entre paredes esculpidas con gran paciencia por la mano implacable del viento y la lluvia.
Por algo el Monte Pindo destaca como punto de interés geológico, acoge 5 hábitats diferentes y 8 especies vegetales protegidas.